Fue un acto de desafío que probablemente me lastimó a mí más que al país, pero después de ver a Muhammad Ali sacrificar su título de campeonato de peso pesado, soportar tres años de ser prohibido del boxeo (por un valor de millones de dólares) y enfrentar el encarcelamiento simplemente porque era un objetor de conciencia a la Guerra de Vietnam, también tuve que prestar atención a mi conciencia. No podía olvidar su historia de regresar a casa después de ganar una medalla de oro olímpica en boxeo, solo para se negaran a servirle en un restaurante de su ciudad natal. Él fue uno de los gigantes que me animó.
Durante los últimos cien años, los deportes han sido tanto una prueba de fuego como un líder en el progreso racial. En algunos casos, los atletas negros que intentaban romper las barreras de color fueron como canarios enviados a una mina de carbón para ahogarse en el racismo tóxico. En otros casos, soportaron el aire sucio y se levantaron, demostrando cada vez su valor como atletas. Al igual que muchos pioneros, fueron atacados, abusados, vilificados, excluidos, encarcelados y a veces golpeados o peor. Para los atletas negros, tratar de participar en deportes blancos era como subir una cuerda que llegaba hasta las nubes —mientras alguien prendía fuego a la parte inferior—.
(De izquierda a derecha) Bill Russell, Muhammad Ali y Kareem Abdul Jabbar en 1967. Ambos fueron parte de un grupo de atletas afroamericanos de alto nivel reunidos para apoyar a Ali por rechazar el reclutamiento durante la guerra de Vietnam.
Robert Abbott Sengstacke/Getty Images
He sentido ese calor de abajo en mi propio ascenso por la cuerda. Pero los grandes que vinieron antes que yo han sido como nudos gruesos en la cuerda; cada uno nos ayuda a subir un poco más rápido y un poco más alto. Paul Robeson, Jackie Robinson, Jim Brown, Muhammad Ali, Bill Russell y Arthur Ashe son solo algunos de los gigantes en cuyos hombros ascendí. Más importante que cómo ser un atleta ganador, me enseñaron cómo ser un atleta importante. Me enseñaron que ganar no solo se trataba de trofeos y anillos, sino de usar esas cosas como moneda para levantar al resto de la comunidad. Me enseñaron que cada vez que hablaba sobre la injusticia, estaba aportando fuertes hombros que la próxima generación podía usar para subir más.
Cuando era joven, los deportes parecían un oasis de acogida debido al racismo abierto que me rodeaba. Me había conmocionado leer sobre el brutal asesinato de Emmett Till, de 14 años, cuyos asesinos fueron absueltos por un jurado totalmente blanco y que, una vez liberados, se jactaron en la revista Look de haberlo matado. Entonces, cuando tenía 17 años, me encontré accidentalmente atrapado en el motín de Harlem de 1964, que estalló después de que un policía blanco matara a un niño negro de 15 años, James Powell. ¿Cómo me sentiría seguro en un país en el que eso me pudiera pasar, simplemente por el color de mi piel?
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Pero en el baloncesto, al balón no le importaba quién lo encestaba. El juego solo se basaba en la capacidad. Si tenías mejores habilidades, la gente te quería en su equipo. A nadie le importaba quiénes eran tus padres o cuántos amigos tenías. Era una meritocracia pura y sudorosa. Para mí, fue un vistazo, aunque temporal, de cómo debería ser el mundo. Cuando jugaba, el mundo fuera de las puertas del gimnasio, con todos sus prejuicios irracionales y sus injusticias enfurecidas, se silenciaba. Quedaba el sonido del balón rebotando, el chirrido de las zapatillas de deporte en la madera y los aplausos de la multitud cuando el balón entraba en la canasta.
Por supuesto, todos los paraísos se derrumban al final. Cuanto más exitoso era mi equipo de escuela secundaria, más grandes eran las multitudes, y escuchaba más insultos y burlas raciales. Incluso mi querido entrenador usó una palabra ofensiva en un intento fallido de agitarme. Lo logró, pero no de la manera que él había anticipado. Empecé a darme cuenta de que realmente no había un refugio seguro contra el racismo. Esto me inspiró a aprender más sobre la historia estadounidense, y especialmente sobre la historia afroamericana, para entender por qué las cosas seguían así cien años después de la Guerra Civil. Conocí a Martin Luther King Jr. Leí las palabras de Malcolm X. Dejé de esconderme en el gimnasio.
Kareem Abdul-Jabbar (entonces Lew Alcindor) cuando jugaba en UCLA en 1968.
Rich Clarkson/Sports Illustrated via Getty Images
Incluso cuando jugaba en UCLA, escuchaba los mismos insultos, y hasta amenazas. Pero no fue solo el racismo abierto lo que contaminó la pureza del deporte. Empecé a jugar para UCLA en 1966, y un año después, la NCAA prohibió las clavadas (slam dunk). La prohibición, que duró hasta 1976, se conocía como la regla de Lew Alcindor, porque yo había usado mucho la movida. De hecho, muchos de los que hacían clavadas eran negros, y definitivamente parecía que la regla había sido invocada para evitar que los jugadores negros dominaran. Todos sabíamos que no era una coincidencia que la regla se estableciera menos de un año después de que el equipo de jugadores negros de Texas Western College derrotara a un equipo totalmente blanco de University of Kentucky y ganara el campeonato nacional. Incluso esa victoria histórica estaba manchada de racismo: la costumbre era sacar una escalera y cortar la red en forma ceremonial. No se sacó ninguna escalera. Tradicionalmente, los ganadores aparecían en el Ed Sullivan Show para celebrar su victoria. Esta vez no.
Cuando me gradué de la universidad a la NBA, y cuando más jugadores negros integraban lentamente los deportes profesionales, una teoría popular que se mencionaba era la superioridad atlética de los negros, que atribuía a la genética el ascenso del atleta negro. La idea general era que los atletas blancos se ganaban su éxito atlético a través del trabajo duro y la determinación, y los atletas negros simplemente nacían de esa manera. En el 2003, la revista Journal of Blacks in Higher Education abordó esta afirmación: “si hay un ‘gen negro’ que lleva a la destreza atlética, ¿por qué entonces los afroamericanos, el 90% de los cuales tienen al menos un ancestro blanco, superan a los negros de las naciones africanas en todos los deportes, excepto correr a larga distancia?”.
Algunos dirían: “tranquilo, Kareem. Eso fue hace mucho tiempo. Hemos llegado muy lejos”. Sí, lo hemos hecho. Pero no tanto como piensan muchos blancos. Ha habido mucha publicidad sobre cómo la COVID-19 está teniendo un efecto mucho mayor en las comunidades negras y latinas, tanto en las tasas de mortalidad como en la devastación económica. Se calcula que, a fines de la primavera pasada, entre 15 y 26 millones de personas marcharon para protestar contra la brutalidad policial contra los negros, en el movimiento de protesta más grande de la historia de Estados Unidos. Los titulares también están repletos de los intentos agresivos actuales de los estados de todo el país de aprobar 361 leyes para restringir el acceso a la votación, lo que afectará principalmente a los votantes minoritarios y pobres. La definición de democracia se está reescribiendo para ser exclusiva en vez de inclusiva. Y la mayoría de los que están excluidos tienen piel oscura.
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