Vida Sana
Es complicado. Esta frase se ha convertido en la respuesta habitual y tal vez despreocupada ante numerosos problemas del siglo XXI. Pero cuando se trata de encontrar modos de reformar y mejorar los hogares de ancianos en Estados Unidos, es lamentablemente acertada.
Según informamos en la edición de diciembre de AARP Bulletin, las raíces de los problemas de la industria del cuidado a largo plazo están sumamente enredadas. La creación de las instituciones que prestan servicios a tantos adultos mayores y enfermos en el país se fundamentó en reglas y leyes que se aprobaron hace décadas, cuando las necesidades y expectativas eran otras. El financiamiento y la supervisión de los hogares de ancianos provienen en gran medida de presupuestos gubernamentales que pueden ser escasos. Sin embargo, la mayoría de los hogares de ancianos son propiedades privadas, lo que significa que hay poca transparencia en sus finanzas y operaciones. ¿Están, como dicen, cuidando el bolsillo para sobrevivir, o se están lucrando a expensas de una buena atención?
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Como se ha revelado en los últimos diez meses, un sistema con tanta fragilidad no pudo soportar la crisis que produjo la COVID-19: hasta mediados de diciembre, el coronavirus había cobrado la vida de más de 133,000 residentes y trabajadores, una cifra que representa cerca del 40% del total de muertes por la pandemia en el país.
“El sistema actual de financiamiento y prestación de servicios de cuidados a largo plazo constituye una crisis nacional que debemos enfrentar”, advierte Bob Kramer, cofundador y asesor estratégico del National Investment Center for Seniors Housing & Care. ¿Pero cómo? AARP Bulletin habló con más de tres docenas de expertos, quienes sugieren diez medidas para que la industria nacional de cuidados a largo plazo pueda evolucionar a fin de que los centros sean más saludables y estables a corto plazo y, a la larga, más acogedores y receptivos para quienes deben residir en ellos. Compartimos estas medidas a continuación.
Objetivo: Crear entornos más saludables
1. Requerir más enfermeros profesionales
Los hogares de ancianos que tienen una mayor cantidad de enfermeros profesionales en su plantilla pudieron controlar mejor el coronavirus y reducir la cantidad de muertes, según datos del comienzo de la pandemia. Un estudio de los casos de COVID-19 que se produjeron en marzo y abril en 215 centros de Connecticut reveló que en los que tenían al menos un caso positivo, cada 20 minutos adicionales de cobertura de enfermeros profesionales se correlacionaron con una disminución del 22% en los casos, según investigadores de University of Rochester Medical Center. Otro estudio en California arrojó resultados similares. Sin embargo, las leyes y regulaciones federales solo disponen que los hogares de ancianos tengan un enfermero profesional durante ocho horas consecutivas al día. Eso puede dejar 16 horas sin cobertura de enfermeros profesionales. La ley federal también permite que los estados otorguen exenciones a los hogares de ancianos que no pueden cumplir con las regulaciones.
Las regulaciones que disponen la dotación de personal de enfermeros profesionales se establecieron como parte de la Ley de Reforma de Hogares de Ancianos de 1987 (Nursing Home Reform Act) en respuesta a un estudio del Congreso que reveló que muchos adultos mayores del país recibían atención médica deficiente en los centros de cuidados a largo plazo, y que algunos de ellos fueron objeto de negligencia y abuso. Richard Mollot, director ejecutivo de Long Term Care Community Coalition, advierte que la pandemia ha sacado a relucir incluso más problemas que el estudio, por lo que tiene la esperanza de que los legisladores se sientan motivados para tomar nuevas medidas.
2. Colaboración con hospitales
Durante la pandemia, los hospitales de Maryland comenzaron a trabajar con hogares de ancianos para ofrecer pruebas de detección y conocimiento especializado en el control de infecciones y el uso de equipo de protección personal, señala la Dra. Morgan Katz, experta en enfermedades infecciosas en Johns Hopkins University. Esta colaboración ayudó a prevenir brotes graves en hogares de ancianos que podrían sobrecargar las salas de emergencia. “Necesitábamos averiguar lo que podíamos hacer para mantenerlos fuera del hospital”, indica Katz.
La Dra. Laurie Archbald-Pannone, geriatra y profesora adjunta de la Facultad de Medicina de University of Virginia, dirigió un programa similar en su estado: envió equipos de respuesta de emergencia para evaluar los brotes y ayudar a los trabajadores de cuidados a controlar las infecciones. También prestó servicios de telemedicina. Los hogares de ancianos que participaron en el programa tuvieron índices de mortalidad y hospitalización más bajos que el promedio nacional, según Archbald-Pannone. “Nuestro sistema de atención médica en general tiende a estar fragmentado. Aprendimos algunas lecciones que tienen aplicaciones más allá de la COVID-19 y que podemos utilizar en el futuro”.
3. Mejor control de infecciones
“Los hogares de ancianos son como un polvorín”, señala del Dr. Joseph Ouslander, profesor de Medicina Geriátrica en Florida Atlantic University. “Solo hace falta una persona para provocar un "incendio" que podría causar muchas muertes". Entre las razones: los residentes de hogares de ancianos suelen tener un sistema inmunitario debilitado debido a la edad y a las enfermedades crónicas, a menudo comparten habitaciones en las que viven a pocos pies de distancia entre ellos, y los miembros del personal entran y salen constantemente.
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