Vida Sana
Mi iglesia, la congregación hispana de Saint Peter's Church en Nueva York, ha sido dolorosamente impactada por el coronavirus. Han muerto más de 50 de nuestros feligreses, todos latinos.
Es un reflejo de la realidad preocupante que demuestra esta crisis: la pandemia está afectando más a las poblaciones minoritarias en Estados Unidos. En el caso nuestro, el 90% de nuestros fieles son inmigrantes, la mayoría de ellos indocumentados.
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Nuestra iglesia está situada en unos de los puntos principales del subway en Nueva York. Atiende a fieles de al menos cinco condados y algunos visitan nuestro recinto de camino o regreso al trabajo. La mayoría son camareros, repartidores de comida, empleados de la construcción y de otros servicios.
Para ellos, todo esto ha sido muy duro porque no solo perdieron sus trabajos, sino que también no pueden recibir ayuda por parte del Gobierno o del estado. Dependen de la solidaridad y la generosidad de otros ciudadanos.
Están viviendo el endeudamiento del atraso de sus alquileres y, lo más difícil, la pérdida de seres queridos por la COVID-19.
Están viviendo la desesperación de cómo van a velar a sus muertos, con qué dinero, en dónde despedirlos y dónde enterrarlos.
He tenido que realizar ceremonias fúnebres parado arriba de los coches fúnebres, en casas particulares y otras solo usando la plataforma Zoom. Es triste y traumático. Ver las cenizas de sus seres amados a través de un teléfono o una computadora, ver una parte de la familia aquí en Nueva York y otra en sus países de origen y el sacerdote en otro lugar distante y diferente dando una bendición y predicando, rezando.
Cambió la manera de vivir la fe
Esta experiencia se ha convertido en una especie de trilogía que linda entre la realidad, la ficción y lo trascendente. Madres y padres que no pueden abrazar a sus hijos y nietos para consolarse mutuamente. Silencios y hasta mentiras para no agudizar más los dolores y angustias.
Mi tarea fundamental es la de acompañamiento. Mi trabajo pastoral es estar cerca de la gente, contenerlos emocionalmente en un momento tan duro. Ayudarlos en la oración y tratar de que no decaiga su fe.
Esta crisis no cambiará nuestra manera de practicar la fe, pero sí la manera de cómo la vivimos a partir de ahora. La pandemia nos ha hecho entender lo frágil y vulnerable que somos como seres humanos y cómo la vida, que es un don de Dios, está solo en sus manos.
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